Reseña del libro «DE LA SUBLEVACIÓN A LA BATALLA DE TERUEL. Represión, muerte y destrucción». J. Serafín Aldecoa. Ed. PRAMES, 2020.
Publicada en la REVISTA TURIA nº 137-138.
Son pocos los turolenses nacidos con el nuevo siglo que tienen acceso a un referente común para las generaciones anteriores: conocer la Batalla de Teruel narrada por testigos directos del enfrentamiento bélico.
En mi caso, el acontecimiento tomaba vida en las profundas cicatrices grabadas en la espalda y el brazo de un hermano de mi abuela, superviviente del asedio al cuartel de la Comandancia de Teruel, al que se menciona en diversas ocasiones en el libro “De la sublevación a la Batalla de Teruel. Represión, muerte y destrucción”, tanto por su condición de combatiente, como por la versión que dio de los hechos en su calidad de periodista. Recordando alguna de las escasas ocasiones en las que la Guerra Civil acaparó las conversaciones familiares, caigo en la cuenta de que su testimonio era resultado de la criba de la memoria, que salva del olvido lo mejor y lo peor de la condición humana en forma de actos heroicos o crímenes atroces. Frente a estas visiones sesgadas de los protagonistas del conflicto, el trabajo de J. Serafín Aldecoa rescata las miserias cotidianas de la población civil que asiste, desconcertada e impotente, a la transformación de su pequeña, serena y habitualmente ignorada ciudad en inesperado escenario de uno de los más cruentos episodios de la guerra.
Si bien el relato de los acontecimientos se inicia con la intervención de los militares, encabezados por el Comandante Aguado, en la sublevación contra el Gobierno, no ahonda en las motivaciones políticas ni en los aspectos estratégicos, sino en la colaboración y el apoyo que recibieron por parte de partidos y organizaciones civiles contrarias a la República, así como en las consecuencias que iba a tener el alzamiento para las principales autoridades locales, empezando por las detenciones masivas que llevarían a improvisar una cárcel, con capacidad suficiente, dentro del edificio del Seminario.
A la represión de los políticos y sindicalistas de izquierdas se sumarán la muerte y la destrucción que conforman el subtítulo de este ensayo, sobre los que el autor propone, aunque solo como hipótesis, una posible relación de causa y efecto, puesto que las conocidas como “sacas” de presos se iniciarían o incrementarían a partir del primer bombardeo aéreo sobre la ciudad, que tuvo lugar en la semana siguiente a la sublevación. A este primer ataque, fechado en el 23 de julio de 1936, le seguirían muchos otros, entre 200 y 300 según las fuentes consultadas, convirtiéndose en un suceso tan habitual que algún café se publicitaba ofertando refugio antiaéreo para la seguridad de sus clientes.
Los sucesivos bombardeos tuvieron como consecuencia la progresiva destrucción de la ciudad, convirtiendo el paisaje urbano en un escenario de ruinas, con calles cortadas por montones de escombros. Esta situación de inseguridad tuvo como consecuencia la creación de una auténtica ciudad subterránea, con capacidad para 50.000 personas, más del triple de los habitantes censados en aquel momento, según la versión de un periodista alemán publicada en el diario Lucha.
La vida cotidiana, con el fondo sonoro de los disparos del frente, cada vez más próximo a las entradas de la ciudad, el bloqueo, el desabastecimiento y su consecuencia más inmediata -el hambre-, van a marcar la vida de una población, formada principalmente por mujeres y niños. Los pocos hombres que permanecieron al cargo de sus negocios o al cuidado de sus familias, sin tomar las armas, tendrán que soportar las miradas y los comentarios suspicaces de los soldados de permiso que se pavonean entre los escombros.
La inminencia de la toma de la ciudad por parte del ejército republicano añadirá una nueva inquietud a los civiles, puestos en la tesitura de permanecer bajo el fuego cruzado, protegiendo sus hogares y posesiones, o de aceptar la oferta de una evacuación sin un destino claro, en los días más gélidos del invierno, dejando sus bienes a merced del pillaje de los soldados de uno u otro bando.
El periodo que va de la euforia de los sublevados a la catástrofe general, es el que ha documentado Serafín Aldecoa, dejando patentes los cambios anímicos en la población civil, que pasará progresivamente de la estupefacción, a la impotencia, la inseguridad y el miedo. Destacan en la profusa recopilación de datos el inventario de edificios derrumbados, el recuento de civiles cobijados en diferentes lugares durante el cerco a la ciudad, el dinero y otros bienes saqueados de las entidades bancarias y la nómina de personas ejecutadas bajo la acusación de colaborar con un bando u otro.
Se completa la obra con aspectos curiosos relativos a la puesta a salvo de obras de arte que se guardaban en diversos templos, la desaparición de algunos monumentos urbanos que nuca se restauraron o el cambio de ubicación de otros tras la reconstrucción llevada a cabo por Regiones Devastadas, así como la especial protección procurada a los símbolos de la ciudad: el Torico y las momias de los Amantes, ocultas durante un tiempo a los efectos de bombas y metralla.
